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A la Natalia de carne, hueso y espíritu

A la Natalia de carne, hueso y espíritu

La mayoría de seres humanos llevamos a cuestas un individualismo que nos hace ignorar los embates que la vida les profiere a otros, como si ellos fuesen por completo ajenos a nuestro propio destino. En este segundo año de pandemia, todos los días escuchamos de sucesos trágicos que percibimos como un eco lejano que no alcanza a llegar a nuestra cotidianidad. Hoy, al enterarme del fallecimiento de Natalia, sentí, no un eco lejano, sino un potente ruido que nos está despertando a una realidad abrumadora.

Debo decir con cierto desconcierto y extrañeza que lo primero que vino a mi mente, en ese afán de reconocer a Natalia, fueron imágenes virtuales. En ese momento retumbaba en mi cabeza el recuadro con la foto y el nombre “Natalia Gómez Rengifo”, que aparece en las sesiones del Meet, como si ese fuese el único enlace que tuviera con los estudiantes del curso. Luego opté por buscar fotos en internet que me permitieran acercarme a la imagen real de una joven que formaba parte de un grupo concreto de estudiantes que ahora existían en un mundo virtual. Y sentí también rabia de no haber advertido su presencia cuando nos cruzábamos en los pasillos de la universidad, como si yo hubiese podido saber lo que el destino le tenía preparado.

En aquella búsqueda, quizás infructuosa, de reconocer a esa chica real que se nos fue para siempre, empecé a rememorar el trasegar del curso a lo largo del semestre. Allí logré aproximarme un poco más a la Natalia que yo quería descubrir. Y digo “descubrir” porque en esa virtualidad no vemos estudiantes de carne, hueso y espíritu sino sus proyecciones que se desdibujan a través de una pantalla y una mala conexión. Logré recordar, por ejemplo, que le gustaba intervenir en las discusiones del curso y que sus argumentos eran serios, bien pensados e inteligentes. También opté por buscar en detalles más simples como el intercambio de correos; pero allí no encontré mucho, sólo un correo donde decía que finalmente había logrado matricular el curso y que le enviara la invitación a Classroom; eso era todo. Después revisé los talleres y me di cuenta de que cuatro días antes de morir estuvo en algún lugar de este planeta, pensando y escribiendo sus respuestas para luego escanearlas y subirlas a la plataforma del curso. Ese hecho me permitió conectarme con ella de una manera más fuerte: cuatro días antes de que ocurriera su muerte, ella estaba reflexionando alrededor de unas cuestiones sobre el infinito matemático y quizás, eso nunca lo sabré, estaba pensando también en los dilemas existenciales y en las escasas opciones que la vida le brindaba para seguir adelante. Una de sus respuestas a un taller que indagaba sobre el concepto de realidad, es quizás premonitoria: “La realidad desde mi perspectiva es lo que “sucede” y cuando me refiero a que algo sucede es que refleja una consecuencia después de aquello que sucedió. Es algo que puedo pensar que deja una “huella”.

La muerte de Natalia es real y como ella misma lo predice nos dejó una huella, una huella que para mi será indeleble. Su fallecimiento es doloroso y no solo porque la muerte lo es, sino por todas las circunstancias que rodean este momento nefasto para la humanidad: hoy en pleno siglo XXI y en medio de esta pandemia debemos reconocer que el destino de los seres humanos está conectado de manera trágica.

Natalia ojalá estés volando muy alto en otra dimensión de las que nos hablaba Börner.

Gabriela Arbeláez Rojas

22 de abril de 2021.