
La encrucijada del suicidio
POR JOHANA ROJAS.-
Ahí estaba ella, se encontraba sentada frente al computador pensando qué la detenía, qué era lo que le impedía cometer una locura ó quizás darle fin a lo que sentía.
Era otro día terrible. En realidad ya llevaba varios días sintiéndose así. La embargaba un sentimiento de inutilidad, de soledad. Se sentía vacía y no encontraba un motivo para querer seguir con vida. Sin embargo, algo la detenía a lanzarse a los brazos de la muerte, y sus pensamientos suicidas se quedaban en pensamientos. Ella sabía que no lo haría y por eso buscaba desesperadamente ese “algo” que la había hecho continuar tantas veces.
No era la primera vez que Juliana se encontraba en medio de una crisis, ni la primera vez que había pensado en quitarse la vida. Hacía varios años había llegado a planear su muerte, pero cuando tuvo aquellas pastillas en sus manos decidió no hacerlo. “Por suerte” —como dice ella— siempre pensaba en su familia, y Dios le había enviado la ayuda necesaria para salir de aquellos estados que definía como horribles laberintos oscuros donde su mente y todo lo que sentía o recordaba sólo la torturaban.
La crisis depresiva había llegado, y con ella aquellos sueños vívidos en los que tomaba pastillas, se cortaba las venas y sentía cómo su vida iba cesando mientras el dolor se desvanecía. Era extraño pero al despertar se sentía aliviada, con ganas de rodearse de sus amigos y ocuparse en mil cosas que la hicieran olvidar, que adormecieran sus sentimientos y pensamientos.
Juliana dice sobre aquella situación que “la idea de morir era atrayente, morir parecía tan fácil, tan cómodo, pero más que morir deseaba dormir mucho, no tener que despertar más. No confiaba casi en nadie y las personas que quería ya no me importaban. No quería que me vieran así pero tampoco quería estar sola, porque era entonces cuando los recuerdos e ideas me nublaban la mente”.
Por su parte Ana Fernández quien intentó suicidarse seis meses después del suicidio de su padre, recuerda que “en ese momento había muchas cosas que me hacían sentir mal, la soledad, pensar en mi papá y el estilo de vida que estaba llevando también influyó mucho”.
Él era una persona temperamental, violenta, agresiva, tomaba mucho y como era depresivo perdía la razón con la mezcla de los medicamentos y el alcohol. Ya había tenido tres intentos de suicidio, había tomado pastillas, se había cortado las venas dos veces, y finalmente decidió ahorcarse en su habitación.
Antes de que el padre de Ana muriera habían peleado porque ella había salido en el carro y un amigo lo había rayado. Al enterarse él le pegó en la cara y la echó de la casa. Así que se fue a vivir con su abuela. Luego de dos semanas fue a buscarla para que regresara y ella volvió a vivir con su familia, pero las últimas dos semanas casi no hablaron.
Era un sábado en la tarde, él llegó en el carro y bajó una cuerda, pero nadie le puso atención. Ana se fue a donde una amiga desde donde podía ver su casa. Mientras tanto, su madre había decidido entrar al cuarto por la puerta de vidrio que daba a un pequeño patio para ser testigo de la imagen de su esposo colgado. Ana logró ver que en su casa estaban los bomberos y la policía, y se fue a ver qué pasaba. Al llegar su mamá no la dejó entrar a la casa.
Al inicio se sentía como en una novela, no creía que su papá había muerto. Su madre estaba muy dolida, pero ella no lloraba, estaba desconectada del mundo. Sólo una semana después reaccionó y empezó a vivir su duelo. A su hermana también le costó asimilar aquella muerte de la que hasta hoy no saben ni entienden las razones, porque la carta que le encontraron únicamente decía que lo perdonaran, que ellas sabían que siempre iban a ser sus tesoros, lo más precioso para él y que era lo mejor que había podido hacer.
“Después de que él murió me enloquecí, empecé a salir, a tomar, me volví rebelde, fue una época fea para mi y mi familia, porque hice muchas cosas que no debí hacer”, dice Ana y añade que habían pasado seis meses, estaba muy loca, fumaba y hacía de las suyas. Un día llegó del colegio a su casa y al no encontrar las llaves llamó a su mamá que estaba de mal genio y la trató mal, también llamó a su mejor amiga y no estaba en la casa. Ese día se sintió terriblemente sola y desesperada, se deprimió mucho y llegó al punto en el que no quería seguir. Se sentía muy mal, sentía mucha culpa por la relación que había tenido con su papá, por no haberle hablado y no saber lo que le había pasado.
Fue al Éxito y compró un veneno para ratas, el más fuerte que pudo encontrar, y una gaseosa en lata. Los revolvió y se tomó aquel líquido que no le supo a nada. Una compañera del colegio, que la vio sentada, temblando y muy pálida, la llevó a la casa, llamó a su mamá que fue inmediatamente y la llevó a la clínica.
EL SUICIDIO EN CIFRAS
Al igual que Juliana y Ana, en Colombia el 12,3% de los colombianos ha tenido ideas suicidas, 4,1% ha realizado planes suicidas y 4,9% ha hecho intentos suicidas. La Organización Mundial de la Salud (OMS) afirma en uno de sus informes que cada 40 segundos una persona se suicida en el mundo, siendo los países europeos los que tienen los índices de suicidio más altos y América Latina los más bajos. Entre los países latinoamericanos, Colombia ocupa el tercer lugar después de Cuba y Brasil.
Si se habla de cifras, el Instituto Nacional de Medicina Legal y Ciencias Forenses (INMLCF) revela que en Colombia el suicidio es la cuarta causa de muerte violenta. Durante el año 2009 se registraron 1.845 muertes por suicidio, de las cuales 1.480 correspondían a hombres y 365 a mujeres. Las causas más relevantes son los conflictos amorosos y las enfermedades físicas y mentales. Las edades donde se presenta un alto número de suicidios se sitúan entre los 20 y 24 años, con 294 muertes, y los 25 y 29 años, con 246. Otros datos que llaman la atención son que 599 de estas personas eran solteras, escogieron como escenario de muerte su vivienda y principalmente eran estudiantes, personas que trabajaban en el campo o desempleados.
Al momento de elegir el método para ocasionarse la muerte, el informe del INMLCF señala que hay diferencias de género: “Las mujeres elijen primero intoxicarse, luego ahorcarse y por último dispararse con un arma de fuego; por su parte los hombres eli¬jen primero ahorcarse, luego dispararse y por último intoxicación con sustancias alteradoras del sistema nervioso central”.
Los lugares con mayor tasa de suicidios son Antioquia con 292 muertes y Bogotá con 254. El departamento del Cauca presentaba 49 muertes por suicidio en el año 2009, de las cuales 15 se registraron en el municipio de Popayán.
¿POR QUÉ LO HACEN?
Según la sicóloga Martha Escamilla Rocha las personas que recurren al suicidio lo hacen, en su mayoría, porque no saben manejar el dolor y ven en la muerte la única esperanza o solución. Las ideas de suicidio pueden empezar con una pérdida o trauma fuerte, pero las causas son variadas.
“No hay un síntoma único ni característico, pero los cambios se hacen evidentes”, explica el especialista Sergio Andrés Pérez Barrero y añade que estos cambios se ven en las emociones, los pensamientos, los hábitos y el comportamiento de las personas. Entre esos cambios está la tristeza, la ideación suicida, la planificación del suicidio, la amenaza suicida, el aislamiento y trastornos del sueño y el apetito, entre otros.
Se considera que el suicidio es multicausal. Entre algunos de los factores desencadenantes de las ideas suicidas, intentos de suicidios y suicidios se encuentran: amores contrariados, problemas familiares, depresión, desesperanza, rechazo, embarazos no deseados, presiones sociales, ser victima de abuso sexual, enfermedades físicas y sicológicas, sentimientos de soledad e inutilidad, etc.
Pérez Barrero indica que hay que tener sumo cuidado con minimizar un acto suicida y considerar que la persona lo realiza para llamar la atención como si estuviera protagonizando una obra de teatro. “Todas las personas que hacen un intento de suicidio desean llamar la atención de sus seres queridos, desean expresar que algo no anda bien, que nos demos cuenta que se siente mal, que no tiene mecanismos que le permitan una mejor adaptación a las exigencias que la vida le plantea”. Explica también que para ayudar a una persona que desea suicidarse se debe preguntar sobre la idea suicida, evitar que se tenga acceso a los métodos con los que se puede lesionar, no dejarlo solo, avisar a familiares y amigos que sean significativos para la persona y acercarla a recibir ayuda de profesionales.
¿QUÉ DICE LA IGLESIA?
Para la iglesia el suicidio es un pecado muy grande y quien lo comete no encuentra el perdón de Dios: es por eso que el alma de un suicida no gozará de la presencia de Dios, ya que atenta contra su propia existencia y no hay tiempo de arrepentimiento. Por este motivo la iglesia cree que se debe enseñar el respeto a la vida propia y ajena, orientar a todas las personas y no sólo a quienes intentan quitarse la vida para que valoren y amen su vida porque es un don de Dios y sepan que es pecado atentar contra ella, que el suicidio no es recomendable y hay otras soluciones.
El sacerdote Jaime Marulanda manifiesta que “hoy en día los que más se suicidan son los jóvenes, se ven casos de jóvenes con los hogares deshechos donde no hay amor, se preocupan más por el bienestar material que el espiritual, son personas que por falta de amor y comprensión no le encuentran sentido a la vida. Se dan casos por decepciones amorosas, uno es testigo cuando celebra la eucaristía y le dicen que se suicidó por el novio o la novia”.
El sacerdote también dice que para los padres es duro, en el sentido espiritual, por lo cual lo primero que se hace es brindarles una ayuda sicológica para que puedan superar el trauma de la pérdida de un hijo suicida, luego se da la orientación necesaria y la formación para que ellos piensen por qué su hijo hizo eso, qué culpa tuvieron, no para hacerlos sentir remordimiento sino para que reflexionen en que sentido tienen cierta responsabilidad en el suicidio del hijo. “Cuando tienen otros hijos también deben orientarlos para que no los descuiden y piensen en ellos, hay que inculcarles que amen a sus hijos y los valoren porque son importantes, y la mayoría de estos casos son por desamor”, reflexiona el padre Marulanda.
La mayoría de las personas que han intentado suicidarse no se acercan a la iglesia en busca de ayuda. Los pocos que llegan lo hacen a través del sacramento de la penitencia y confiesan haber intentado quitarse la vida. En este momento el sacerdote intenta hacerles comprender el valor de la vida, ofrecer una orientación espiritual que debe estar apoyada en la familia, sicólogos y profesionales. “Dios no castiga, es uno quien lo hace. Si uno rechaza a Dios, también siente el rechazo de él”, expresa el sacerdote y concluye diciendo que Dios da la libertad para que uno opte por lo bueno o lo malo, que él siempre quiere que escojamos el camino correcto, pero a veces escogemos el camino incorrecto.
Juliana estuvo analizando su situación muchas veces. Se sentía decepcionada pero una voz dentro de ella le repetía que quitarse la vida no era la solución, así que esperó. Con el tiempo y la ayuda de algunos amigos su tristeza fue desapareciendo y su vida volvió a la aparente normalidad de siempre, en la que una canción o el brillo del sol la ponían de buen humor. Sabía que no sería la última vez que los problemas llegarían juntos pero por ahora se encontraba a salvo, libre de aquellas ideas horribles.
Lo único que recuerda Ana del día que intentó suicidarse es que le estaban aplicando con una manguera, de la nariz hasta el estómago, algo que era como tierra con agua, eso la hizo vomitar y fue la única forma en que le salvaron la vida. Después de ese día nunca se le ha ocurrido volver a pasar por aquello, y según ella empezó a valorar más la vida, a ver las cosas buenas, a sentirse bien, a reír.
Cuando se le pregunta qué piensa de las personas que intentan suicidarse o tienen ideas suicidas ella sonríe, mira al cielo y responde: “las ideas suicidas llegan cuando uno está en momentos de soledad, uno se cierra y no ve que hay personas que se interesan por uno o le quieren ayudar. Para mí no fue la salida y me arrepiento de haberlo intentado, pero hay mucha gente que lo sigue haciendo y muchas veces ve que es lo único que puede hacer”.