Cumpliendo una meta a los 28

Algunos dicen que los hombres tienen una edad útil, que los años no llegan solos, que es mejor saber cuándo retirarse, pero otros tantos nunca  olvidan sus ideales y desafían al tiempo. Este escrito bosqueja  la realización del sueño de un taekwondista veterano: clasificar a juegos nacionales. 

Por: Jonny Molano

“…Haré la historia de un ser de otro mundo, de un animal de galaxias, es una historia que tiene que ver con el curso de la vía láctea…” Tal vez este escrito no será tan escuchado como los de Silvio Rodríguez, tal vez no tenga el mismo talento para la creación, tal vez el hombre a describir no haya cambiado con un fusil y un puñado de palabras a Latinoamérica, tal vez, y solo tal vez, sea inoficioso pero no innecesario hablar de él.

Pero como dijeron por ahí: “todos los humanos son mutantes, cada uno es diferente y extraño”, entonces, por qué no hablar de un caleño que casi llega a los treinta. Un hombre negro de 90 kilos con el pelo corto y una barba bien cuidada, un filósofo no graduado, un portero de discoteca retirado, y sobre todo, un deportista que no se quiso jubilar.

Hacía un año y medio, desde aquella vez en que se subió en la estación del Mío con un ojo tan inflamado que parecía que lo iba a perder por una bandal bien dada,  no se ponía con tanto nerviosismo el casco, dobok, pechera, protector bucal y genital, canilleras y empeineras, hoy era su última oportunidad.

Caminó lentamente hacia la mesa de los jueces, fue revisado con velocidad y le entregaron un papelito que tenía escrita las letras “OK”. Con una sonrisa nerviosa, ojos perdidos y piernas temblorosas, pasó de estar en las graderías a la zona de deportistas, que estaba ubicada en el centro del coliseo. Mientras escuchaba los gritos propios de este deporte, se unió poco a poco  al grupo de los taekwondista que esperaban su turno para entrar en el tatami.

Atrás, por lo menos mentalmente, había quedado su hernia discal y esguince de tobillo. Más de 15 años en esto  ─que algunos se atreven a llamar hobby, pero que para muchos otros es un estilo de vida ─le enseñó que las lesiones se olvidan con 2 mg de Diclofenaco y un tanto de Complejo B. "Oldan Riascos", retumbó el sonido en todo el coliseo. El adulto se levantó de la silla con aplomo, quería demostrarse a sí mismo que no era un inservible ─deportivamente hablando ─,  que los años le habían brindado seguridad y sabiduría, que aunque sus piernas ya no eran tan dinámicas su talento estaba intacto, que era digno de ser recordado por las siguiente generación de taekwondistas del Cauca.

Profirió un grito largo, como lo había prometido, de esos que remueven el alma, de esos que no solo se escuchan sino que se sienten, de esos que todos quisiéramos emitir cuando le ganamos al destino. Cuando sus cuerdas vocales estuvieron exhaustas apretó los dientes, y mientras una lágrima insensata pretendía escapar de su pupila, subió a las graderías,  marcó diez números en su celular  y dijo: “pude”. Sí, un hombre que para algunos debía estar en su trabajo o leyendo la prensa, consiguió el objetivo de muchos: vivir en un sueño.  

 

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