La salud está en cuidados intensivos

Por: Isabel Rodríguez

Mientras la ciudad duerme en calma,  la sala de emergencias se retuerce, miente y amenaza indolente el derecho fundamental de la salud  por los bajos estándares de calidad. En aquel ambiente convulsivo alguien observa siempre en silencio.

Domingo. Ocho de la noche. Un portón metálico se abre y se cierra al paso de los cientos de rostros empalidecidos, con miradas desgarradoras y penetrantes. Es un panorama nada alentador para los pacientes afligidos y tullidos de frío que aguardan apaciblemente en la sala de espera un turno entre miles.

El sonido ensordecedor de la sirena  enciende las alarmas cada  minuto, acelera el paso de los galenos, se escucha el trasiego de las camillas de aluminio rechinar, batas blancas van y vienen de un lado a otro al compás de las manecillas del reloj, indiferentes ante los murmullos que rompen el vacío del silencio y elevan plegarias al Señor. Un lugar donde vivir o morir solo es cuestión de minutos.

El ambiente es perturbador. Todas las noches aguardan médicos apenas egresados de la universidad. Hoy están de turno. Sus rostros reflejan cansancio físico y mental. Una vocera nocturna, que capta ansiosa cada escena del recién titulado “médico cirujano”, cree que la duda que lo invade, refleja su falta de conocimiento profesional.

Él camina pedante por los pasillos invadidos de inasistencia médica. Pero eso no le preocupa.  Alza su voz y con tono inculto dice:

 - Ve, tú, salí pa´ fuera, que esperas aja… a mi home no me la monté,  no joa… ¡Vigilante, vigilante¡  ¡Sácame estos visitante, que esperen a fuera eee¡”.

 En sus manos lleva unas con unas cuantas historias médicas, ya arrugadas del trajín. Cada media hora atiende un paciente.

-Bien, aja, cuénteme que le pasó, eee.

 -Tengo un dolor abdominal muy fuerte, no soporto los cólicos que me atacan como pirañas, doctor.

- Aja, no se preocupe, ese dolor e un síntoma pasajero, vaya la sala de al lado pa´ que le canalicen la vena y se puede ir, ¡Que pase el siguiente!

Presionaba una tecla que lo conectaba al portal médico de wikipedia y determinaba el trauma de cada paciente y hasta el procedimiento ambulatorio en algunos casos. Despachaba la historia clínica y todo arreglado.

El antibiótico por goteo intravenoso doce veces, durante dos días, intensificó los cólicos. Por suerte un urólogo cuyas canas reflejaban su experiencia profesional,  prestó atención a los quejidos desesperanzadores del paciente, a quien después de practicarle exámenes de profundidad lo operó de inmediato, luego de diagnosticarle, diverticulitis crónica. Una enfermedad que  produce bolsas de materia y sangre en forma de dedos pulgares en la pared intestinal, produciendo la muerte del paciente. Tal diagnóstico fue ignorado por el llamado “médico cirujano”.

Las escenas quedaron fijas en la película nocturna: un joven de veintiocho años en estado de embriaguez llegó con fractura de cráneo y clavícula derecha partida. El dolor lo hizo reacciona.

 - !Por favor, por favor, un médicoooo¡

 Los gritos entrecortados sólo llamaban la atención del público expectante, desvelado por los quejidos y el  denso olor de los hospitales. Los escenarios condensan los momentos de calvario y silencio fúnebre.

Un deportista aguardaba impaciente con las puntillas de agarre del pedal de su bicicleta sujetas en los tendones de su pierna,  flotando en sangre. Al lado una joven a punto de dar a luz pujaba de pie y cientos de enfermos somnolientos construían cada día una historia particular, en la triste noche impregnada de negligencia médica, con aquella que siempre observa por detrás, respirando el frío de su aliento en el oído. 

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