
“Me gustaría reírme más… Carcajearme”
Por Samaida Gómez Ruiz.
Casi nunca se ríe… Esa es una de las cosas que le gustaría cambiar. Le gustaría tener la capacidad de reírse a carcajadas como su hermano menor, en realidad medio hermano por su madre, que se coge la barriga, llora y hasta puede reírse muchas veces del mismo chiste.
“Es una cuestión de espíritu, mi hermano tiene el espíritu diferente”, dice, después de un silencio prolongado, en el que el cursor titilaba y titilaba y titilaba sin que ella pudiera encontrar las palabras precisas para explicar eso que sentía, esa envidia de la buena por no poder reírse como su hermano y por no poder estar ahora, cómo él lo está, al lado de su madre.
“A mi mamá la extraño mucho, extraño mucho al pueblo y extraño aún más la época en la que tenía amigos, porque ahora estoy muy sola, me siento muy sola”, confiesa mientras desvía la mirada y respira profundo para evitar que las lágrimas que se han acumulado en sus ojos, y que hasta alguien tan despistado como ella podría notar, sigan su curso natural y caigan por sus mejillas.
“Pero bueno, como diría mi papá, ‘para que hablar de cosas tristes’ y como le complementaría una de mis vecinas ‘si la vida es un ratico’, frase de cajón que usted y yo y todos los que lean esto sabrán de donde la sacó, aunque tiene razón la vecina”, concluye mientras sonríe, pero no está feliz, porque a pesar de que intenta cambiar el semblante sus ojos siguen tristes y solitarios, como los ve casi todos los días cuando se mira en el espejo, profundamente tristes y solitarios.
Unos ojos que no sabe qué tan claros o que tan oscuros son, por eso cuando era una adolescente y le pedían en el Messenger que se describiera ponía simplemente ojos cafés, así, sin tonalidad. 1.53 cms. de estatura, tez clara, cabello castaño, 48 kilos de peso y esas cosas. Decía que estudiaba en el colegio y que tenía novio. “Yo decía eso porque era como medio tonta o tonta y media porque creía que mi primer amor sería mi amor eterno y por eso andaba como el caballo, en lugar de decir: soltera, sin compromiso y recibo hojas de vida y haber aprovechado esos años en los que los niños le caen a uno como arroz, así hubiera sido sólo para darles besitos, pero lastimosamente a mi criaron en una cultura que tiene la mentalidad arraigada de que los hombres entre más viejas más machos y las mujeres entre más hombres más putas”.
Y a propósito de hombres me cuenta que le dio por saber cómo es un hombre puto, o en palabras más finas, un prepago o acompañante masculino y se dio a la tarea de encontrar uno que quisiera concederle una entrevista, obviamente sin recargos adicionales.
Primero buscó en el periódico cuyo nombre va en contravía de sus políticas, pero nada. “Sólo encontré anuncios de ‘lolitas’, aunque me dio por llamar a saber si sabían dónde podía encontrar acompañantes masculinos y además de no obtener la información terminé escuchando propuestas de trabajo: “¿¿¿Estudiante universitaria??? ¿¿¿Cuántos años???”, me cuenta, mientras pone una cara como la que hace la periodista de Noticias Uno que presenta la sección ¡Que tal esto!
Después buscó en el periódico de colores que un compañero de su universidad dijo que servía muy bien como paraguas de emergencia y ahí encontró uno que otro, pero la cosa tampoco mejoró. “Algunos de los que llamé me dijeron de entrada que no, que les daba pena, imagínese, les da pena una entrevista pero no les da pena poner un anuncio como éste: el súper: súper complaciente, súper tierno, súper cariñoso y sobre todo súper dotado, me dice, subiendo un tanto el tono de la voz y sin perder la cara de asombro que mantiene desde hace algunos minutos, una expresión que se suaviza cuando nota que me causa risa el comentario.
“Otros a los que llamé me dijeron que no porque ellos también estudiaban en la del Cauca, entonces que no se podía, y a esos sí les di la razón, porque Popayán es muy chiquito y mínimo después me los encuentro y de la mano de alguna conocida, entonces a ellos sí los entiendo, ¿cierto que tienen razón?”. La pregunta, más que un interrogante es una afirmación que simplemente quiere que yo comparta.
“Y te sigo contando”, me tutea. Ya entramos en confianza, eso está bien, aunque ahora piensa y habla demasiado rápido y mis dedos no son tan ágiles en el teclado… “Después busqué a otros en Internet y me reí mucho, primero porque aparecían un poco de páginas de viejas y yo estaba en el computador de mi vecina, y segundo porque los anuncios de los hombres tenían mensajes muy divertidos. El que más me acuerdo: servicio por sólo 149.900 más gastos de transporte, imagínese, como si se tratara de un producto cualquiera, que además está en promoción, sólo 149.900, aunque no decía si exentos de IVA. Otro decía: chicos jóvenes, discretos y buenos amantes dispuestos a todo, llámenos. Y uno más tenía las tarifas por horas y una nota que decía: usted deberá recogerlo frente al Motel Cupido en la Sombrilla, llámenos antes de venir”.
Y mientras noto que le cambia el semblante ella sigue recordando los anuncios que le parecieron más curiosos, pero aún sus ojos siguen tristes, aunque ya no es una tristeza profunda como la del comienzo. Tal vez hablar y escribir la relaja, supongo yo, es sólo una teoría, porque tampoco la conozco tanto como para saberlo.
Mientras pienso en eso, en si su tristeza se ha disipado o es sólo producto de mi imaginación ella llega a la última historia. “Y la tapa fue el de la última llamada que hice, ya dos chinos me habían quedado mal con la cita para la entrevista, entonces llamé a otro número y me contestó un tipo al que le dije que llamaba por lo del anuncio en internet y él me preguntó ¿cuál anuncio en especial? Porque es que aquí vendemos de todo. Le dije que por el servicio de acompañantes masculinos y le expliqué lo de la entrevista y como si fuera lo más normal del mundo me dijo que él no era gigoló, que él era el patrón, el que los mandaba”.
Aún así quedaron en que ella lo llamaba a eso de las cinco para saber si podía ayudarla con lo de la entrevista, y como siempre, muy puntual, una hora antes del atardecer se comunicó con él. “El tipo muy fresco me dijo que sí, que él me ayudaba, que tomara un taxi y llegara hasta la iglesia de La María Occidente, que me esperaba allí, pero eso sí que tenía que ir sola… Obviamente no fui y la cosa pasó de castaño a oscuro”.
De castaño a oscuro porque la entrevista era para dos días después y los otros temas que había propuesto tampoco marchaban bien. “Además del tema de los acompañantes yo había dicho que me gustaría entrevistar a un stripper. Eso se me ocurrió un día antes de la clase, bueno, a decir verdad unas horas antes, es que me pasó algo muy chistoso y terminé metida en una disco donde hubo show de media noche, pa' hombres y mujeres, y todo lo que pasó alrededor del stripper masculino me pareció muy curioso, las señoras tocándolo, él bailando casi que sobre ellas, ellas echándole por todas partes un aceite que él se encargaba de colocarles en las manos, y dije: chévere ese tema para la entrevista”.
Pero a la hora de la verdad no resultó muy chévere, según me contó, porque parece que todos los stripper que se presentan en Popayán son traídos de Cali, o por lo menos eso le dijeron en los sitios a los que llamó y aunque no cree mucho en eso no encontró la forma de demostrar lo contrario. Aún así no pierde la fe.
“Y respecto a mi tercer tema pues tampoco se pudo. La idea era entrevistar a la señora que grita cosas a todo el mundo, pero en especial a políticos, funcionarios y policías en el Parque Caldas, la que siempre anda con el radiecito”, me explica, como si yo no supiera que hablamos de doña Blanca Ligia, la señora de los Sauces. “No la pude a entrevistar a ella porque en estos días no ha estado en el parque y según me dijeron los que la conocen está enferma, así que no saldría por estos días. Claro que mientras averiguaba por ella me pasó algo muy chistoso, porque un señor me preguntó que para qué la buscaba, yo le dije que necesitaba hablar con ella y él, muy tranquilo, me preguntó: ¿necesita que le haga propaganda? y me tomó unos segundos entender que llevar la camiseta del Partido Verde en ese momento no había sido una buena idea”.
Finalmente supo que ya no tenía tiempo, así que optó por el que para muchos puede parecer el camino más fácil, pero que para ella resultó el más complicado, dejar que la periodista entrevistara a uno de sus otros yo, otros ella. Ya decidido tomó el bus de regreso a casa y mientras pensaba en cómo iniciar el texto vio a un hombre humilde preguntándole al chofer que si pasaba por el terminal y lo vio subirse con su pequeño hijo, uno a la vez, sin saber que ambos pueden pasar al tiempo por el registrador y así pagar sólo mil cien pesos y no el doble, y los vio sentarse en las sillas de adelante y vio al padre insistiéndole al chofer que lo dejara en el terminal y vio al niño que feliz recibía una bolsa de maní dulce y que inocente la destapaba, con una tranquilidad que fue interrumpida por la ya conocida frase: “uno por sólo 300 los dos por 500”.
Y vio, escuchó y sintió muchas cosas… Y escribió otras tantas, algunas dentro de este texto, otras no. Pero ninguna de esas cosas escritas o dejadas de escribir logró causarle risa, risa de verdad, como la de su hermano, que se coge la barriga sin poder contener las carcajadas y que es capaz de reírse muchas veces del mismo chiste, ese hermano de espíritu diferente al que le tiene envidia de la buena…