
Un jueves de espera por una cita
Las cifras no reflejan las desdichas de un paciente, y mucho menos, la de uno de sus familiares. Este es un breve recorrido por la vida de una mujer que sufre las dolencias del cáncer sin tenerlo, una payanesa que reta al destino depositando una sonrisa en cada frase.
Por: Jonny Molano
Hubiera sido más simple que su voz se entrecortara o que una lágrima se asomara de sus ojos cafés, pero no fue así. Ella tenía un carácter fuerte, o a lo mejor las circunstancias eran tan difíciles que no tenía más opción que esconder su enojo con el destino mediante una sonrisa. O tal vez, y preferiría esta tesis, ella vive feliz en su mundo de tristezas.
Si bien no llovió aquella mañana, sí hacía un frío aturdidor. Y mientras el color blanco se deslizaba, casi esquivando, a las decenas de cobijas, chaquetas y gorros que conformaban el multicolor “lineal”, los pocos vendedores que habían madrugado se acercaban a esa cadena humana.
Rub Elena Palta, respondió. Eran las seis y treinta cuando empezó la entrevista, ella estaba allí desde las tres de la mañana. Esas tres horas y media de espera no le habían afectado en nada su buen genio, y aunque pálida, por no haber probado bocado en este periodo de tiempo, siempre reía y hacia chanzas con sus amigos de paso. Ella era una más de las seiscientas personas que hacían fila en el hospital San José para conseguir una cita ese día.
Rub trabaja en una casa de familia donde no le pagan mucho: lo suficiente como para comer, dice ella. Tiene que trabajar en lo que salga, pero hace un buen tiempo que está en esto de limpiar, lavar y cocinar. No es un trabajo fácil, pero no es tan duro como otros, además en una de las ciudades con mayor desempleo de Colombia cualquier cosa se ve con buenos ojos.
Desde que nació ha vivido en una casa de la María Occidente, tiene… entre 35 y 40 años, “la fecha la dejo en el aire, usted opine joven”. Unas risas retumbaron el círculo de compañeros que se habían reunido para escuchar a Rub. Ahora bien, yo diría que se acerca más a los 40, sin embargo, hay que tener en cuenta que las arrugas pueden ser producidas no solo por el paso del tiempo, ellas también son aposentos de preocupaciones y desdichas.
Su madre falleció hace seis años por cáncer de mama. Fue doloroso, se notaba porque al contar esa parte de su historia la voz era vertiginosa y un poco más contundente que de costumbre, tal vez pretendía impedir una pregunta más acerca de ese aspecto. “Murió a los cincuenta y siete”, esa fue la frase que cerró el tema.
Sus ojos estaban fijos en un vehículo, pero ello no era más que una excusa para dejarse llevar de los recuerdos de infancia, y así, lograr hablar con voz firme: “mi papá vive en Puerto Tejada, él nunca convivió con nosotros”. El “nosotros” se refiere a sus dos hermanos, Iber Hernán y Jorge Fabián, su madre y ella. Su tono no cambió para nada, parece que se había acostumbrado a tolerar la ausencia de su padre. En cuanto a los hermanos, simplemente dijo que ya habían hecho su vida y que a veces se visitaban mutuamente.
Cambió de postura para recibir un vaso de café que le brindó uno de los compañeros de espera. El grupo de cinco personas, que rodeaba a esta mujer payanesa y a mí, bromeó de nuevo, y entre chistes me replicaban el hecho de no haberle ofrecido algo de comer por el tiempo que me estaba dando. Yo simplemente seguía con la conversación.
“Él tiene Histiocitos de células de Langerthans –Rub lo pronunció fluidamente- una cosa rara que le da a los niños”. Y tiene razón, es extraño que su hijo de diez años tenga esta enfermedad, pues en Colombia aproximadamente hay tan solo 230 casos al año, y Johan, un niño que cursa quinto de primaria en el colegio San Camilo, es para el sistema otra cifra que aumenta los gastos y para ella el hijo consentido.
De la enfermedad se sabe poco: se desconocen las causas, aunque los síntomas sí son muchos, el pronóstico es reservado, se dice que puede ser un tipo de cáncer y en el tratamiento se emplean corticosteroides, principalmente. Sin embargo, si hay complicaciones se recurre a fisioterapia, antibióticos, Ciclofosfamida, Metrotexato,Vinblastina, es decir, hay un sinfín de posibilidades.
Johan se acostumbró a la enfermedad, pues hace siete años que vive en medio de especialistas y medicamentos. Si bien al principio fue difícil porque las dolencias le impedían hacer las cosas normales de un niño, ahora con paciencia todo ha ido mejorando.
De repente, con una mirada Rub anunció que el vaso de café se acabó, tal parece que ella entraba en más confianza cada vez que tomaba un sorbo. Además, el sol también se puso de mí parte, pues contribuía a sacarla del letargo causado por el frío. Ahora su rostro ya no estaba tan pálido, tomó un color natural, y la conversación empezó a ser más fluida.
Rub sostenía en su mano una ficha de cartulina que tenía escrito el número 56 y la palabra psiquiatría. Con esa ficha entraría al hospital y pediría la cita, que se la darían en la mitad del otro mes, es decir, más o menos el quince de julio. Ese día tendrá que venir con una hora de anticipación para facturar, entonces finalmente el proceso estará completo y su esposo podrá ser examinado por el especialista durante diez o quince minutos. Sí, ella no iba por su hijo, ella iba por su otro amor.
Su Carlos trabajaba en lo que saliera, la última ocupación fue como vigilante en el colegio de Johan. Pero el tumor cerebral no le permite comunicarse, por ende, tiene que permanecer en casa. Además, uno de los síntomas que presenta Carlos es irritabilidad, por ello debe asistir regularmente donde el psiquiatra, el fonoaudiólogo y el neurocirujano. Rub piensa que él todavía no se adapta a la enfermedad, pues hace tan sólo dos años que descubrieron el cáncer, entonces, quizá con el tiempo mejore todo.
Solo falta por mencionar a Yasmin, una señorita que hace poco acabó el bachillerato y ahora estudia gastronomía en el SENA. A veces trabaja, pero su obligación en la casa es educarse. De ella Rub comentó poco, tal vez creyó que me interesa saber más acerca de sus problemas que de sus alegrías o tal vez creyó que una entrevista era un buen método para desahogarse, eso no importa.
Así las cosas, la familia está conformada por cuatro personas: un niño, un hombre y dos mujeres. Entonces, la señora del hogar tiene que trabajar, pelear con el sistema de salud, cuidar dos enfermos con cáncer y velar por el estudio de su hija.
Por ello, Rub tiene dos compromisos imprescindibles: ir a la iglesia de San Agustín o Perpetuo Socorro cada domingo para agradecerle a Dios y hacer fila cada mes en el San José para pedir una cita con un especialista. Sin embargo, para algunos no habría mucho por qué agradecer, pues pareciera que el cáncer se hubiera ensañado con esta familia, pero para esta mestiza de ojos cafés, el progreso de su hijo es motivo suficiente para no perder la fe y mucho menos la esperanza. “Lo que sí no tiene excusa es que centenares de personas tengan que madrugar para obtener una cita de diez a quince minutos”, dice ella.
Rub Palta se quedó sentada en el mismo lugar, riendo a carcajadas por lo que decía don Emilio, el más cómico del grupo. Mientras me apartaba de esta hilera humana, retumbaba en mi cabeza la sonrisa de ella, una mujer de treinta y pico, con casa propia y dos seres amados con cáncer.